17 junio 2013

Una nueva juventud toma las calles de Francia

      JOSÉ JAVIER ESPARZA intereconomia.com


  • Primero fueron las grandes manifestaciones de París. Después, los comités de recepción para los ministros socialistas en cualquier ciudad francesa. Desde hace unos días, las veladas pacíficas en la calle: varias decenas de jóvenes con pancartas y guitarras. Ahora, últimamente, las quedadas en cualquier parte, siempre imprevisible, en defensa del matrimonio natural y contra la ley Taubira del matrimonio homosexual: varias decenas de jóvenes aparecen de repente en la vía pública, despliegan pancartas y banderas, cortan por unos minutos la circulación y, después de hacerse notar, desaparecen a toda velocidad antes de que llegue la policía. Está pasando en todas partes: Lille, Angers, Arras, Marsella, Toulouse, París… El movimiento La Manif pour Tous (LMPT) arrecia. Francia hierve.
    Veladas pacíficas
    La reacción del Gobierno francés ante estas protestas está siendo desmesuradamente violenta. Sorprende también su escasa equidad. Por ejemplo, las militantes de Femen que hace unos días profanaron la catedral de Notre Dame en París fueron simplemente conducidas a dependencias policiales y acto seguido dejadas en libertad; por el contrario, los activistas de LMPT que interrumpieron la final de Roland Garros fueron detenidos, golpeados e ingresados en los calabozos. Con estas demostraciones arbitrarias de dureza el Gobierno espera amedrentar a los revoltosos. Pero lo que está ocurriendo es exactamente lo contrario: los chavales –porque son jovencísimos– que pasan la noche en el calabozo por protestar contra la ley Taubira encuentran, al salir, grupos de acogida que les felicitan y les dan comida y agua, de manera que cada joven detenido da pie a una nueva concentración de los LMPT. Con razón se dice que el ministro del Interior, Manuel Valls, llamado Manuel Gas por su abusivo uso de los lacrimógenos, está perdiendo los nervios.
    La violencia de la represión policial, y sobre todo su desproporción respecto a otros hechos objetivamente más graves, ha escandalizado a buena parte de la sociedad francesa. Esta semana, el democristiano Jean-Frédéric Poisson, diputado de Yvelines por el UMP, evocaba los graves incidentes protagonizados el pasado mes de marzo por un grupo de vándalos que asaltó y golpeó a numerosos viajeros; la Fiscalía había pedido cárcel para casi todos ellos, pero finalmente fueron sancionados simplemente con una “advertencia solemne”, condenas menores y trabajos para la comunidad. Esta indulgencia –subraya Poisson– contrasta con las “represiones policiales excesivas, a veces violentas, sobre los manifestantes pacíficos de la Manif pour Tous”. Tales decisiones –concluye el diputado– “no hacen sino reforzar el sentimiento de que hay una justicia a dos velocidades y no favorecen la cohesión social”.
    Contra el desorden establecido
    ¿Quiénes son estos jóvenes a los que con tanta saña persigue la policía de Hollande? ¿De dónde han salido? Seguramente este es el capítulo más importante de todo lo que está pasando en Francia: ha aparecido una nueva generación que acaba de aterrizar en la arena política y lo está haciendo al margen de los partidos y de las instituciones tradicionales. Con el relevante matiz de que esta generación es de derechas. Los jóvenes que hasta ahora se manifestaban en las calles francesas eran, por lo general, inmigrantes de tercera generación con problemas de adaptación social o anarquistas dispuestos a indignarse. Estos de ahora no tienen nada que ver con eso: nunca antes se habían manifestado, siempre habían estado del lado de la policía y el orden, tampoco ahora rompen nada. La gran mayoría han salido de los grupos católicos –los scouts, por ejemplo– y de asociaciones familiares de la derecha social. No son ultras, no son radicales, no quieren hacer la revolución nacional. Sólo quieren defender unos principios que el desorden establecido consideraba ya periclitados. Lo cual ya es de por sí bastante revolucionario.

    El martes, en Lille, 450 de estos jóvenes se reunían en una de esas veladas reivindicativas que se están sucediendo por toda Francia. Los veilleurs, les llaman. De repente apareció medio centenar de anarquistas, en actitud violenta, dispuestos a reventar el acto. La policía estableció un cordón. Por la experiencia de las últimas semanas, todos temieron que la policía cargara contra los veilleurs y no contra los anarquistas. No hubo carga, sin embargo. Durante una hora, los veilleurs soportaron la ira de los anarquistas, con insultos y lanzamiento de objetos, mientras la policía se limitaba a establecer un cordón. Finalmente, los ultraizquierdistas se retiraron. La velada se prolongó aún un par de horas. Los veilleurs habían ganado. Al día siguiente se leía en una de las webs del movimiento: “Esta velada ha demostrado que el silencio es más poderoso que el ruido, que la paz es más poderosa que la violencia. No queremos la ley Taubira que el Gobierno nos ha impuesto. Lleva a un modelo de sociedad que destruye toda referencia para el niño y para el hombre”. Punto. No hay más. Eso es todo lo que hay que decir. El martes que viene habrá otra velada en Lille. Como en tantas otras ciudades francesas.
    El discurso oficial –tanto del Gobierno como de la mayoría mediática– tiende a poner la lupa sobre los elementos “identitarios” presentes en estas movilizaciones. Se trata de reducir el fenómeno a la efervescencia minoritaria de unos grupos nacionalistas y antiinmigración. Y en estas concentraciones se hallan presentes, sin duda, movimientos de carácter identitario que en los últimos años han arraigado con especial fuerza en una juventud que se siente marginada por la Francia oficial, más preocupada –denuncian– por mimar a las minorías islámicas que por defender la identidad francesa. Sin embargo, lo cierto es que estos grupos identitarios son sólo una gota de agua en el océano reivindicativo. La inmensa mayoría proceden de una sociedad que hasta ahora se daba por desmovilizada. Hasta ahora, precisamente.
    “Malditos los dictadores”
    El fenómeno sigue desconcertando al poder político, mediático e incluso religioso. En líneas generales, la derecha del UMP y el Frente Nacional, que al principio bajaron la cabeza ante la ley Taubira por prejuicio “políticamente correcto”, han terminado reaccionando y alineándose con la protesta popular. Políticos del centro-derecha como Franck Meyer han organizado plataformas a favor del matrimonio natural y contra la ley Taubira, y el movimiento LMPT, por su parte, prodiga los actos de apoyo a los alcaldes que alegan objeción de conciencia y se niegan a oficiar matrimonios homosexuales, como los alcaldes de Arcangues y de Saint-Cloud. En cuanto a la Iglesia francesa, completamente sobrepasada por los acontecimientos, empieza a reaccionar lentamente. La presencia de sacerdotes en las movilizaciones populares no cuenta con el respaldo de la jerarquía, pero ya se oyen voces de obispos que rompen el silencio institucional para ponerse al lado de los LMPT.

    El tono reivindicativo, de todas maneras, crece en los púlpitos empujado por la propia movilización popular. El abad de Sainte-Madeleine de Barroux, Dom Louis-Marie de Geyer d’Orth, escribía en su última carta pastoral unas palabras que no han pasado desapercibidas: “Bienaventurados los que lloran a causa de los gases lacrimógenos, porque ellos serán confortados por la suavidad de la misión cumplida y por estas palabras de Dios: ‘¡Entra en el gozo de tu Señor!’. Malditos los insensibles al bien y al mal, sobre todo cuando afecta a los más pequeños, porque todos los sofismas no bastarán para calmar el fuego eterno de su conciencia”. Y también: “Bienaventurados los que actúan respetando la naturaleza de las cosas. Ellos buscan la armonía entre el cielo y la tierra, el alma y el cuerpo, el hombre y la mujer. Bienaventurados porque poseerán la tierra de su cuerpo, su familia y su ciudad. Malditos, por el contrario, los dictadores que fuerzan la naturaleza con violencia. Porque quien siembre la violencia recogerá el caos”.

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